En todos los confines del reducto patrio, el sábado por la mañana es el día dedicado a la gran limpieza: la limpieza a fondo de la casa propia, la del almacén, la del trabjo, la del coche y ¿por qué no? la del motor. Así que me puse de acuerdo con Zeben y Kiko para limpiar el motor que desde hace tiempo tenía en el garaje. Tras un primer desmontado de planchas para aligerarlo y tapar todos los huecos posibles con papel y cinta de embalar, lo subimos a la Doka, bueno lo subieron ellos mientras yo sacaba fotos y fuimos a buscar una estación de servicio.
Tras un infructuoso intento en una gasolinera en la que nos miraron mal, llegamos a una estación de servicio de "las de antes", de las de "hágaselo ud. mismo compadre".
Asi que motor a tierra y, tras dos botes de desengrasante y mucha, mucha agua caliente...
Giulia aguardaba lejos del salpicado de virutas de grasa rancia y fosilizada que saltaban por doquier, cual geiser termal en medio del estruendo del chorro a presión y del compresor industrial que lo alimentaba...
Nuestro optimismo se vió seriamente dañado cuando tuvimos que volver a la tienda a por un tercer bote de desengrasante. "¡Niño dame lo más fuerte que tengas, que no consigo verle el color al bloque...!"
Tras otra sesión de sauna a presión comenzaron a verse zonas grises en el bloque que denotaban su color de origen. Aquello era otra cosa.... Tras la inundación, Zeben se armó de aire comprimido y comenzó la ruidosa tarea de secado.
Con un bloque gris oscuro y unas resplandecientes culatas de alumnio, volvimos en la doka más alegres que unas castañuelas y con la conciencia tan limpia como el motor que cargábamos. No hay nada como el trabajo colaborativo: ellos cargan el motor, lo lavan, desengrasan y secan, y yo conduzco y saco fotos. ¡En equipo!
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